Días negros y oscuros se vislumbran desde mi
ventana un día más mientras, tomando un café caliente para no ceder ante el
sueño traicionero de la noche, me acompaña mi gata echada en mi regazo.
Curiosamente esta rutina que tanto odio es la que realmente me permite seguir
vivo, la única en la que puedo pararme a reflexionar y revivir recuerdos
inolvidables de una juventud lejana, perdida en el tiempo. Ya nada ni nadie me
importa más que mi gata, mi taza de porcelana antigua y mi sillón con vistas a
una ciudad llena de luces sin hombres, mujeres o niños con el tiempo suficiente
para pararse a apreciarlas. Qué bonita es por la noche y cuán míseros y
desagradecidos son mis vecinos... Aunque quizá sean más felices que yo o, quién
sabe quizá vayan apresurados hacia sus casas con el fin de hacerse una taza de
café caliente, apreciar las vistas de su mirador y maldecir a cuantos
transeúntes se atrevan a pasar por la calle a estas horas. Al fin y al cabo no
somos más que nuestro copia y pega.
Mi café ya esta frío, es igual, no tenía ganas de beber, realmente me muero de sueño pero no quería dejar sola a Misifú mirando el mundo luminiscente que se cierne de igual manera todos los días desde siempre... Y aunque se pierda la mejor parte por quedarse dormida antes de tiempo, da igual; es nuestra rutina, la única que nos permite apreciar los buenos momentos que nos quedan por pasar juntos. No quiero cerrar los ojos, quizá no los vuelva a abrir jamás...
Mi café ya esta frío, es igual, no tenía ganas de beber, realmente me muero de sueño pero no quería dejar sola a Misifú mirando el mundo luminiscente que se cierne de igual manera todos los días desde siempre... Y aunque se pierda la mejor parte por quedarse dormida antes de tiempo, da igual; es nuestra rutina, la única que nos permite apreciar los buenos momentos que nos quedan por pasar juntos. No quiero cerrar los ojos, quizá no los vuelva a abrir jamás...
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