jueves, 30 de julio de 2015

Nocturnidad

     En lo más hondo de tu intelecto donde a veces las leyes naturales no tienen cabida ni sentido, y ante ti, se oyen pasos cada vez más dispersos por el vacío. Logras distinguir a duras penas  algún que otro taconazo, dos tropiezos e innumerables caídas, pero no ves nada aunque pongas la palma de la mano en las narices. Los únicos pasos que detectas con firmeza son los tuyos movidos en un compás progresivamente lento hasta detenerse. Quieto, en la inmensidad de un espacio incierto, oscuro, el ruido comienza a tomar protagonismo por su ausencia. Ahora que te sientes atrapado entre el silencio y las tinieblas la única compañía con la que cuentas es la sensación de claustrofobia que te invade. Aunque no llegas a tocar nada en absoluto  notas la presencia de paredes que te bloquean encerrándote a un palmo de distancia. Estás aterrado y atrapado y como reacción nerviosa comienzas a dar vueltas sobre tu propio eje.

     A lo lejos de nuevo, y a tu espalda esta vez, escuchas pasos que  en principio nada tienen que ver con los anteriores. A diferencia de aquéllos, sus movimientos son menos torpes y su marcha más suave y sigilosa lo que te hace comprender por qué antes no habías sido capaz de apreciarlos. En un arrebato de histeria decides pedir auxilio pero ningún sonido sale por tu boca por mucho esfuerzo que hagas, ni si quiera un susurro. Las suaves y delicadas pisadas, cuyo rumbo es tan incierto como tu destino desaparecen junto con tu oportunidad de ser salvado.

     La agonía y tenebrosidad que inspira el lugar te obliga a desistir la idea de esperar a alguien o algo que te socorra, lo que te empuja a retomar la marcha, poco a poco al principio hasta que recorres unos pocos metros esperando la inminente colisión de aquellos muros inquebrantables, la cual no llega a producirse nunca.

    Pasado cierto tiempo y mientras prosigues tu camino llegas a la conclusión de varias cosas: la primera, que las paredes que te habían impedido moverte estaban, al igual que todo lo demás, regidas por tu mente, siéndoles otorgada tanta distancia, realismo e influencia sobre ti como tú (Supremo Hacedor) quisieras, en un mundo cuyas posibilidades son infinitas; dando vida a tus temores, quitándotela. La segunda, que todos los pasos que habías escuchado eran los mismos en ambas ocasiones, no obstante, la primera vez que los escuchaste resultaban ridículos por su escasa coordinación en comparación con los tuyos pero en cuanto detuviste tu curso y dejaste que el miedo se apoderara de ti solo conseguiste incrementar tu inseguridad y cambiar la impresión de los mismos, ya que el ridículo lo estabas haciendo tú (recuerdas las vueltas que diste, de ahí el cambio de orientación). Lo tercero y lo más relevante es que tú fuiste el único capaz de superar las cadenas que te impedían avanzar haciendo que se disiparan y dejando también de lado toda esperanza relacionada con el apoyo que te pudieran proporcionar terceros.



    Lo más aterrador era imaginarse lo que la lobreguez impedía ver, más incluso que las cosas que pudieran esconderse realmente. Eras el causante de tus miedos, y por lo tanto, en aquella situación, tu principal enemigo.


                                

miércoles, 29 de julio de 2015

A veces

     A veces escribo para desahogarme, sin que el tener o no razón acabe por importarme. Rara vez la tengo pero cuando creo que sí suelo estar callado. Más vale ser precavido, por si acaso.

     A veces da la sensación de que es de mala educación demostrar lo equivocada que una persona está, porque en seguida le parece mal. Tampoco está bien decir tonterías sin pensar, aunque muchas de esas tonterías improvisadas muestran secretos guardados, que se convierten en el fondo, difíciles de ocultar. Con esto quiero decir que algunas veces el callado dice más que el charlatán. 


Y a mí, por desgracia, a veces me da por hablar escribir.