lunes, 1 de octubre de 2018

La visita

   
    Dieron las dos de la madrugada y como de costumbre no tenía sueño. Se había pasado el día encerrada en su casa, leyendo libros viejos y recordando su pasado. Puede decirse de ella que era una persona muy metódica en algunas cosas, rozando la obsesión por ciertos hábitos, y soñadora a la que pocas cosas le apasionaban más que perderse en sus pensamientos, la mayoría de ellos nada tranquilizadores. Ya estaba cansada y antes de llegar al final del capítulo colocó cuidadosamente su marcapáginas con el dibujo mirando hacia la parte donde había detenido su lectura. Acto seguido lo dejó encima del sofá y se dirigió a la cocina con intención de prepararse un té de lavanda caliente. No obstante, y para su decepción, la despensa estaba vacía y, por si fuera poco, debía esperar a que fuera lunes para ir a la compra.

    A las dos y media pasadas ya se había duchado y lavado los dientes por lo que se dió el visto bueno para irse a dormir. La cama estaba fría y deshecha, parecía ser un reflejo de ella misma. Se quitó los calcetines y se dejó caer bocarriba, pensativa, mirando el techo húmedo y resquebrajado, dejó pasar unos seis minutos de la misma postura, totalmente inmóvil. Finalmente se recostó sobre la almohada cómodamente y boca arriba otra vez, se cubrió con las desgastadas mantas de algodón y apagó la luz. Hacía frío, pero no tanto como para haber encendido la calefacción.

    Casi cuando estaba a punto de dormirse y de manera inconsciente se giró hacia el costado derecho, mirando en dirección a la ventana. Entonces le invadió una sensación de ansiedad y miedo, la adrenalina producida hizo que perdiera por completo el sueño. Acto seguido se volcó hacia el lado contrario con los ojos abiertos y en alerta. A pesar de la oscuridad que había en el cuarto, vió la silueta de su escritorio lleno de carpetas y folios y ropa usada colgada de la silla, tal como lo había dejado. No la tranquilizó, la complexión de su cara había cambiado drásticamente, ahora estaba mucho más tensa y su respiración había aumentado considerablemente. Hacía meses que no tenía visitas y no por ello bajó la guardia en ningún momento, hasta ese día. Fue la primera vez desde hace mucho tiempo que se había olvidado de cerrar la puerta.

    Uno, dos, tres, cuatro…

    Comenzó a contar con su voz interior, no quería llamar la atención y necesitaba pensar en algo neutro, que la mantuviera distraída. Daba por hecho que no estaba sola, se sentía impotente y con ganas de salir corriendo, pero no podía, debía quedarse quieta y disimular que estaba durmiendo. Ese era el juego y ella no podía cambiar las reglas.

    …Trescientos quince, trescientos dieciséis, trescientos diecisiete…

    La cama estaba llena de sudor, el techo humedecido y su almohada llena de lágrimas. Inexplicablemente sus pesadillas cesaron y tras cuarenta y cinco minutos de vigilia, como si de una hipnosis se tratara, comenzó a conciliar el sueño, poco a poco.

    Una vez dormida del todo, en el pasillo comenzó a escucharse un sonido similar al de un objeto arrastrándose suavemente, como si algo estuviera reptando por encima del parqué. Los minutos siguientes a tal extraño acontecimiento no tuvieron repercusión alguna, simplemente aquello que fuera, desapareció.


    El reloj colocado en la mesita marcaba las cuatro de la noche, la chica dormía plácida y despreocupadamente con regueros de lágrimas secas que recorrían su delicada piel de la cara. Se mostraba tan vulnerable e inocente que cualquiera podría pasar la noche entera observándola, sentado a su lado, privilegio que no todos pueden alcanzar. 


Suavemente, con intención de no hacer ruido, evitando a toda costa irrumpir en su descanso, me dispuse a cerrar el habitáculo.